MAXIMO GOMEZ: El recibimiento de los saltimbanquis


Saltimbanqui es un vocablo que está casi desaparecido del léxico español moderno, y se refiere a la persona que realiza saltos y ejercicios acrobáticos al aire libre, dígase un acróbata, trapecista o un equilibrista circense. Los reflejó Picasso en una de sus obras, pero también fue utilizado para señalar a personas de dudoso carácter, apariencia y poca personalidad.

Decía don Cirilo Villaverde, en un articulo titulado "La Habana en 1841" y fechado el uno de enero de ese mismo año, que de Alemania y de Inglaterra se habían poblado los escritorios cubanos; de la Francia las relojerías, joyerías, perfumerías, peluquerías, sastrerías y almacenes de modas; de España, las tiendas de telas, de víveres, de quincalla y de sombreros; de Italia los buhoneros, organistas, vendedores de estatuas y de estampas y, de Norteamérica, sus caballeritos y saltimbanquis, mientras que África "nos prestaba los brazos" con que labramos los frutos que damos en cambio de sus riquezas artísticas.

Lo comprobó la condesa de Merlin cuando fue a la Habana en 1840 y conoció algunos de sus familiares, e incluso a un esclavo "hermano de leche", de hecho en casa de su tío, donde residió por aquellos días, habían más de ochocientos, cien de ellos dedicado solo al servicio. La condesa le achacó al clima la falta de orden, previsión y responsabilidad de los habaneros, la vida cómoda, el amor al dinero y también el raterismo existente a plena luz del día. Por tanto, si nos empeñamos en señalar a alguien como un saltimbanqui en la isla Cuba, sobre todo en aquellos años, no cabría ninguna duda que todos mirarían al habanero. 

Y así fue, precisamente, como calificó el generalísimo Máximo Gómez Báez a los capitalinos. Se lo espetó en su propia cara al recluta Armando André, que terminó la guerra como coronel, cuando este, procedente de los Estados Unidos y con un plan para ajusticiar a Valeriano Weyler mediante la colocación de una bomba en el palacio de los capitanes generales, intentaba incorporarse a su tropa haciendo su sueño realidad. Al menos hasta aquel día.

Total que mientras que en su artículo del "The Evening Post", "Vindicación a Cuba", fechado el 21 de marzo de 1889, José Martí le salía al paso a "The Manufacturer" de Filadelfia que señalaba a los cubanos como débiles e incapaces de vencer a España, incluso de "afeminados", para el generalísimo Máximo Gómez los habaneros eran unos saltimbanquis, unos vagos e incapaces, que solo sabían bailar y que no valían ni dos pesetas.

No por gusto se cebó en la destrucción de la industria occidental, de hecho fue la que se llevó la peor parte. Desde Cienfuegos, la que dejó destruida y suspendida su zafra, hasta los pueblos que rodeaban la Habana, no quedó ingenio ni cañaveral en pie. De hecho fue tanta la destrucción, que desde el ingenio "Mi Rosa" , en Quivicán, se vio obligado a emitir una circular donde prohibía seguir dando más candela. Fechada el diez de enero de 1896, Gómez amenazaba con aplicar la disciplina militar al que no cumpliera con sus ordenes. 

"En vista de que ya queda suspendida la operación de la zafra en las Comarcas Occidentales, y por lo tanto no se hace necesario el incendio de los cañales, dispongo lo siguiente: 

Articulo Primero: 

Queda terminantemente prohibido, en absoluto, el incendio de los cañales. 

Articulo Segundo: 

Serán tratados con la mayor severidad de la disciplina militar y el orden moral de la revolución los que contraviniesen a esta disposición, cualquiera que sea su categoría o situación en el ejército.

Es cierto que esta destrucción llevaba implícito deteriorar el poder de recuperación de España, sin embargo las consecuencias para los pacíficos cubanos eran igual, o peor, de devastadoras. A todo esto se sumaba que el generalísimo conocía perfectamente que sus ideas no calaban igual en occidente, donde solo de los tres mil integrantes del cuerpo de voluntarios de Matanzas, por citar un ejemplo, más de setecientos eran cubanos. Treinta de ellos, exclusivamente de la raza negra, integraban la escolta personal del general Valeriano Weyler, datos que la historiografía cubana, no solo la castrista, se ha encargado de esconder a través del tiempo.

En cambio ya ve, fueron los habaneros precisamente quienes le dispensaron el más grandioso recibimiento a su llegada a la capital el 23 de febrero de 1899, por cierto entrando por la avenida 51 en Marianao, entonces Calzada Real, antes de llegar a la Quinta de los Molinos al día siguiente. (En 1958 las autoridades políticas de Marianao erigieron una estatua en la plaza cívica de ese municipio en su nombre).

No solo a él. 

Según un artículo publicado por "El Comercio" de la Habana, se vitoreó además al nuevo gobernador militar norteamericano en esa ciudad, el general John Ruther Brooke, al que le acompañaba un gran masa compuesta por tres mil mambises, agasajados todos en la plaza de armas por una estudiantina de músicos pertenecientes a las bandas de clubs patrióticos. En fin, una nutrida representación de "aquellos saltimbanquis habaneros", que en su honor interpretaron los populares puntos guajiros como aquel que decía así: 

"Viva Gómez, el valiente, ídolo de mis hermanos, vivan los héroes cubanos y viva Cuba independiente".

Maldita Hemeroteca 

Fuente: Boletín nº 16 de la Real Sociedad Económica de Tenerife. 18-04-1899. Articulo del periódico el Comercio reproducido en esta ciudad.
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