![]() |
San Lorenzo, lugar donde cayera Carlos Manuel de Céspedes |
Desde los tiempos de Griegos y Romanos, la versión del suicidio patriótico y/o romántico estuvo en el ideario de los escritores.
Quitarse la vida antes de caer prisionero, siempre ha sido un acto de valentía en vez de cobardía Los grandes héroes preferían morir por voluntad, que por la mano de quien despreciaban. En fin, un rollo patatero que hoy vemos como un absurdo, pero que algunos escritores echaban mano cuando había que "limpiar imágenes", como fue el caso de la muerte del prócer Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria Cubana.
En San Lorenzo la vida del prócer Carlos Manuel de Céspedes, ex presidente de cuba en armas depuesto, era metódica y sencilla. Su mayor entretenimiento era jugar al ajedrez, en el que era un verdadero maestro. En su agreste retiro recibía y hacía visitas; todos los días llegaba a casa de sus vecinas, las hermanas Beatón, y con ellas tomaba el café.
Fuente: Portuondo F. y Pichardo H. “Los últimos días y la muerte.” En “Carlos Manuel de Céspedes. Escritos.” Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, Tomo I, pp. 87-101. /// Davis Alejandro Rodríguez. Análisis histórico y médico de las muertes de las principales figuras revolucionarias de las guerras independentistas
También visitaba diariamente la casa de otras, como Francisca Rodríguez y su hija Panchita, en cuya juvenil compañía "trataba de olvidar" sus dolores y la ausencia de los seres queridos. Además, escribía cartas, largas cartas a su esposa ausente Ana de Quesada, cartas que eran como un diario en el que iba vaciando sus cotidianas impresiones. En algunas, Céspedes cuenta algo de lo que había pasado en sus últimos meses, aunque advirtiéndole que no podía contarlo todo.
“Pues deseoso -dice- de no contribuir a nada que baldone o perjudique en estas circunstancias al gobierno de nuestra patria y creído de que así puede resultar, si mis cartas caen en poder de los españoles... seré muy parco en todo aquello que se relaciona con lo que me ha pasado con esos enemigos y con sus medidas de gobierno interior”
Hacía un mes que Céspedes se encontraba en aquel lugar a la espera de un pasaporte, y que le sería negado por los propios legisladores cubanos. Mientras, algunos amigos, y su hijo Carlitos, gestionaban su salida de aquel lugar asediado por tropas españolas. El coronel Benjamín Ramírez le había aconsejado que se retirara a otro campamento; y le había ofrecido una escolta para que lo acompañara a otro lugar más retirado.
Por otro lado Manuela Cancino lo llamaba desde Los Ranchitos para atenderlo. Su hijo Carlitos también le aconsejaba cambiar de refugio. El ex-presidente comprendía las razones que aconsejaban el traslado, pero quería esperar la llegada a San Lorenzo de Manuel Calvar y de Jesús Pérez, a quienes esperaba con noticias. ¿Cuáles eran las noticias que esperaba?, las dos que más le interesaban entonces: su pasaporte y el arreglo de su viaje.
Había prometido a su hijo realizar el traslado en cuanto llegaran dichas noticias. El pasaporte le fue negado y a éste estaba supeditado su viaje. No conocemos sus ideas después de esta negativa. Su última anotación a Anita, en una larga carta que había empezado el día 10 de febrero es de trece días después, posiblemente antes de saber que el gobierno le negaba la autorización para salir del país.
Todavía esperaba la correspondencia. Llegó el 26 y en ella venía una carta del fiel amigo Carlos del Castillo que decía así:
“Acabo de llegar a este lugar [Kingston, Jamaica]. Pierda usted cuidado que me ocupo de salvar a mi ilustre amigo, aunque me cueste cuanto me resta de mi fortuna.”
También llegó otra de Anita. Sin pretexto ya para retardar el traslado, se acordó realizarlo el día 28; antes no era posible porque los rancheros habían salido en busca de viandas. En la última anotación que dejara en su diario, decía:
"Hoy ha salido un criado en busca de cocos, y trae la noticia de haber llegado una columna española."
Era la mañana del 27 de febrero de 1874. El mulato Jesús Pavón, ayudante de cámara, le despierta. Veinticuatro horas antes, las cañoneras "Alarma" y "Cuba Española", que traían al batallón de "Cazadores de San Quintín", desembarcan al sur de Oriente. El desenlace fatal se avizoraba. Luego de sus acostumbradas tareas diurnas, que incluida la última partida de ajedrez con su coterráneo Pedro Maceo Chamorro, sale a visitar a algunos vecinos de la intrincada comarca, en donde enseñaba a leer y escribir a los niños y dialogaba con los campesinos de la zona.
Una niña se aproxima a la casa de la amante de Céspedes "Panchita" Rodríguez, donde se encontraba en ese momento, y le informa que por el camino vio presencia de soldados españoles. Al parecer, una traición ponía al descubierto su paradero. El patriota, revólver en mano, salió del bohío. Los españoles emprenden la persecución abriendo fuego entre los maniguazos por los que atraviesa en busca de refugio.
Un capitán, un sargento y cinco soldados le persiguen e intentan capturarlo vivo, pero el bayamés dispara sin detener la carrera. La hora final llegaba. El sargento Felipe González Ferrer se le encima, y ante un último esfuerzo de Céspedes por neutralizar de un disparo a su rival, el sargento acciona su fusil y, a quemarropa, le perfora el corazón.
Decía años más tarde su hijo mayor y compañero inseparable, Carlitos, como él lo llamaba, que Céspedes nunca salía solo de la casa; siempre lo acompañaban Lacret o su fiel criado Jesús Pavón, siempre armados. Pero ese día lo hizo solo. Lacret se había retirado a su casa, al parecer enfermo, Jesús Pavón estaba construyendo un rancho, Carlitos había salido a buscar unos zapatos que había mandado a hacer para el padre.
Precisamente regresaba con ellos en la mano, cuando sintió los primeros disparos que le parecieron de revólver. Corrió en dirección al lugar donde presumía se hallaba el ex-presidente, pero una descarga de los soldados españoles, perfectamente apostados en las alturas que rodeaban el predio de San Lorenzo, le hizo retroceder. Se defendió como pudo con su revólver, siendo perseguido por algunos soldados hasta que logró ganar el monte del otro lado del río.
¿Cómo había sido posible el asalto al campamento? ¿Por qué no se había dado la señal por el vigía del Cordón del Loro? ¿O se había dado y no se escuchó en el campamento? .
Según los datos que poco a poco se fueron reuniendo a raíz de suceso y posteriormente, los españoles habían llegado al lugar guiados por un individuo conocedor de la zona, que había logrado burlar guardias cubanas y sabiendo a quién iban a buscar. Incluso, hasta conociendo costumbres. Los nombres que se barajan de este práctico son varios.
Para su hijo, el coronel Céspedes y Céspedes, el delator fue Lorenzo, un moreno que servía como asistente de Modesto Corvisón, y que había sido apresado cuando el naufragio del coronel Francisco Vega. Por otro lado, existe una declaración del africano Turena Lorain, donde se acusa a sí mismo de haber sido el conductor de la columna española, sin embargo su declaración, que fue tomada por la señorita Amelia Bonatien, contenía tantos errores y contradicciones que fue desechada.
El patriota santiaguero Ángel Navarro Villar, y más tarde Gerardo Castellanos, opinaron que el práctico, y posiblemente el delator, fue el negro lucumí Ramón Jacas, o Papá Ramón, conocido también por Ramón Bradford, que había sido un soldado insurrecto. Según esta versión, cuando un día salió a forrajear y a extraer sal de la playa del Masío, fue sorprendido por los españoles y conducido a Santiago de Cuba. Fue condenado a muerte, sin embargo se le concedió la vida a condición de que dijera donde se escondía Céspedes.
Después de realizar ese servicio se escapó y volvió a las filas mambisas, donde no dejó de lamentarse de haber sido el causante de la muerte del padre de la patria. Hasta el día siguiente del suceso, no pudieron llegar al escenario ni el hijo de Céspedes, ni Lacret, ni el teniente coronel José Medina Prudentes, a quien Céspedes había mandado a buscar a "Brazo Escondido" donde se hallaba curándose de una herida.
El rescate fue inútil. Los españoles habían pernoctado en San Lorenzo, y no pudieron llevar a cabo el plan que habían preparado de rescatar el cadáver en un punto determinado de la Sierra Maestra. Cuando iban a ponerlo en práctica, las fuerzas españolas se había retirado y no pudieron llegar a tiempo al lugar. El cadáver ya había sido enviado a Santiago de Cuba desde la noche anterior, aunque ellos no lo sabían.
Entonces se dedicaron a reconocer el lugar y tratar de reconstruir el drama que allí se había desarrollado. Según el relato de su hijo Céspedes y Céspedes, las cosas debieron ocurrir de esta forma:
![]() |
Lugar donde estuvo sepultado Céspedes hasta 1910 // Archivo Ignacio Fernández Díaz |
Entonces se dedicaron a reconocer el lugar y tratar de reconstruir el drama que allí se había desarrollado. Según el relato de su hijo Céspedes y Céspedes, las cosas debieron ocurrir de esta forma:
"Después de pasar un rato en casa de la familia Beatón, Céspedes se fue para casa de Panchita Rodríguez, distante sólo unas varas de la anterior. Allí se encontraba cuando llegó una niña vecina a pedir un poco de sal.
Ella fue quien vio primero a los soldados españoles y avisó a Céspedes. Éste inmediatamente salió de la casa “revólver en mano, y dióse a huir por entre unas malezas y hacia un farallón de donde necesariamente tenía que despeñarse para poder librarse de la persecución”.
Esa conclusión fue publicada por el periódico "La Paz" de Santiago de Cuba, y se reprodujo en "La Voz de Cuba" el 10 de marzo de 1874. Efectivamente, al recibir el aviso de hallarse el enemigo en San Lorenzo, Céspedes salió de la casa en que se hallaba, pero en vez de huir hacia el norte, como debió hacerlo buscando la protección del río y del monte que se hallaba detrás, corrió hacia el noroeste, por un desmonte lleno de bejucos, ramas y árboles secos que conducía al farallón por el cual cayó mal herido.
Seguramente pensó que el enemigo había bajado por el norte, es decir por el río, para sorprender el campamento y por eso no tomó ese camino sino el del barranco, que también llevaba al río, por donde pensaba escapar. Su plan no era del todo absurdo; el barranco no tenía más que cuatro metros de altura y también conducía al río.
El teniente Valdés, que quedó paralítico, pudo salvar la vida al arrojarse por el despeñadero de donde lo rescataron sus compañeros. Pero los españoles no le dieron tiempo a Céspedes; apenas lo vieron salir de la casa donde se encontraba, se le encimaron. El recorrido de la casa de Panchita hasta el precipicio era de unos trescientos metros. Céspedes corría con dificultad. A su edad y casi ciego, tenía todas las de perder.
Sus perseguidores ganaban terreno; ya cerca del abismo se volvió y disparó, prosiguió la huida, se volvió de nuevo, ya al borde, para dispararle al sargento Felipe González Ferrer quien estaba mas cerca. Disparó por segunda vez, pero el sargento también y, a boca de jarro, herido de muerte, cayó por el barranco en el que buscaba su salvación.
Para sacarlo de la furnia, los españoles lo amarraron con una soga y lo arrastraron hasta la casa de la familia Beatón, donde se hallaba el jefe de la columna. Según pudieron apreciar los que trataban de reconstruir la escena, se guiaron por las huellas del terreno y los mechones de cabellos y la sangre que fueron quedando adheridos a las piedras y los troncos en el trágico recorrido.
Al recoger sus ropas, las cuales había sido despojado, encontraron que se hallaban desgarradas y rotas debido a la huida por el monte y la caída por el farallón, pero en ellas no había huellas más que de un disparo, hecho en el corazón y a boca de jarro, según demostraban los agujeros chamuscados de la levita y el chaleco. Aquí se alude a las conclusiones hechas por el médico argentino Nerio Rojas, en relación al desgarro de la ropa y el orificio de bala con ennegrecimiento de los bordes.
Además este orificio de entrada debió presentar el signo de la boca de mina de "Hofmann", de un aspecto desgarrado con bordes ennegrecidos. En cambio, otros historiadores aseguraron que Céspedes recibió dos heridas, una en la pierna y la otra en el pecho. El mismo Gerardo Castellanos, que con tanto cuidado trató de reconstruir este triste episodio, aseguró que fue herido en una pierna.
Castellanos se basó en el relato que le hiciera a Lacret Morlot un moreno que estaba oculto tras un árbol carbonizado, que dijo haber visto “cuando cayó del primer balazo que recibiera”. En cambio, y según el testimonio de Carlitos, en la ropa no había más huella de bala que la del pecho. Las personas que vieron el cadáver en el hospital de Santiago no vieron más que de una herida de bala.
Calixto Acosta Nariño le escribió una carta al coronel Céspedes en la que le decía lo siguiente:
“Su cadáver solamente tenía un tiro, al parecer de revólver en la tetilla izquierda; un golpe que le causó la fractura en la frente sobre el ojo derecho, y unos cuantos rasguños y amoratados en el cuerpo...”
Poco después empezaban las dudas y las lucubraciones de cómo había muerto el Presidente, por las balas de sus enemigos, e incluso la versión del suicidio, del cual no se habló en los primeros momentos hasta que empezó a cobrar fuerza, como la versión de un relato publicado por el patriota José María Izaguirre bajo el título; Promesa cumplida, en su libro titulado "Asuntos Cubanos".
Cuenta Izaguirre que hallándose reunidos varios cubanos en la finca "La Deseada", en Camagüey, se trató, entre otros temas, sobre la forma en que debía morir un cubano si caía prisionero de los españoles. Después que otros emitieron su opinión, Céspedes dijo:
“Yo no sé cómo moriré si tengo la desgracia de caer prisionero; lo que sí puedo asegurar es que ruego a Dios me dé el valor suficiente para morir con la dignidad como debe morir un cubano; aunque creo que ese caso no llegará, porque mi revólver tiene seis tiros, cinco para los españoles y uno para mí: muerto podrán cogerme, pero prisionero, ¡nunca!”
Afirmaba Izaguirre, que Céspedes había cumplido su propósito, y que los españoles lo habían cogido pero ya muerto. No obstante los historiadores que aseguran esta versión, olvidan que este relato no fue conocido en 1874, año de la muerte del caudillo, más que por el corto número de personas que estaban presentes en la conversación en Camagüey. El libro de José María Izaguirre, donde se recogió la anécdota, no fue publicado hasta 1896.
Existieron otras causas que motivaron esta versión.
Posiblemente surgió del reconocimiento del cadáver hecho por el médico militar que lo examinó cuando se hallaba tendido en el Hospital Civil de Santiago y que, según relato de Ángel Navarro Villar, “después de introducir el dedo meñique en el orificio que presentaba debajo de la tetilla derecha [debió decir tetilla izquierda] dijo que la bala "pertenecía a un revólver".
En marzo de 1874, es decir, pocos días después de ocurrida la muerte, Leónidas Raquín, pseudónimo de Calixto Acosta Nariño, corresponsal secreto de Céspedes en Santiago de Cuba, escribió a Ana de Quesada lo siguiente:
“Su cadáver llegó aquí [Santiago de Cuba] en la mañana del 1º del corriente [marzo]; fue conducido al Hospital Civil y puesto a la expectación pública,... Se notaba una herida en la tetilla derecha, (sic) el ojo del mismo lado muy amoratado y el cráneo hundido. Según opinión de algunos él mismo se quitó la vida; pero que las fieras, sus enemigos, lo maltrataron después de muerto, pues lo del cráneo se cree fueran algunos culatazos.”
Seguramente Raquín se basaba en la opinión del médico militar repetida por los que la oyeron. En carta dirigida al director del periódico "El Ecuador" de Cayo Hueso, con fecha 25 de marzo de 1887, el hijo mayor de Céspedes exponía su creencia en el suicidio de su padre, y se basaba en el reconocimiento de las ropas que llevaba puestas aquel día de su muerte.
Decía así:
“Las registramos bien para cerciorarnos de la manera de su muerte y encontramos que sólo había recibido una herida en el corazón y a boca de jarro, según demostraba el agujero y chamuscado de la levita y el chaleco. No me quedó duda entonces que había realizado lo que siempre dijo llegado este caso: “reservaré para mí la última cápsula de mi revólver”.
Pero la realidad parece ser otra. Uno de los primeros relatos de la muerte hechos por Carlos Manuel, que era su compañero en San Lorenzo y que el 3 de marzo de 1874, es decir, recién ocurrido el hecho, le escribió una carta a Mariano Acosta donde le contaba el reconocimiento que él, y el teniente coronel Medina Prudentes, hicieron del lugar al día siguiente del suceso. En ella decía que hallaron allí,
(...) “señales evidentes de su muerte y del combate que había sostenido contra sus bárbaros verdugos”; pero no dice nada de suicidio. El mismo Acosta Nariño le había escrito a su amigo Carlitos, posiblemente antes que a Ana de Quesada:
“Céspedes había muerto heroicamente, pero, ¡de qué manera!. Su cadáver estaba sin ropas. Solo en calzoncillos y con la camisa.”
En el parte oficial del suceso, remitido por el coronel Benjamín Ramírez y que fuera redactado con fecha 9 de marzo, decía lo siguiente:
“El enemigo asaltó la Prefectura... hiriendo y matando al C. ex-Presidente de la República Carlos Manuel de Céspedes”, pero no menciona la palabra suicidio como no la habían hecho el coronel Céspedes y Acosta Nariño en sus primeras cartas.
Tampoco la menciona Fernando Figueredo, en la descripción que hace del asalto a San Lorenzo en su libro "La Revolución de Yara", en el cual vierte el relato que le hizo el Prefecto Lacret, cuando a mediados del mes de marzo del 1874 visitó el lugar de la tragedia. Lacret dio por cierta la versión del mulato que presenció -detrás del árbol quemado- los dos disparos hechos desde un rifle, uno de ellos a "boca de jarro".
Pero la versión definitiva de cómo ocurrieron los hechos aquel 27 de febrero, se encuentra en el parte oficial español que fuera firmado por el jefe del Batallón de Cazadores de San Quintín, y autor del asalto a San Lorenzo. Este documento se encuentra en el Archivo Militar de Segovia, en un legajo titulado: “De las incidencias de la muerte del titulado Presidente de Cuba, Carlos Manuel de Céspedes”, y en uno de los párrafos de este interesantísimo documento está escrito:
“El capitán de la 5ª Compañía, don Andrés Alonso y el Sargento 2º Felipe González Ferrer, con cinco soldados, fueron los que dieron muerte al referido Céspedes el cual disparó un tiro de revólver al Capitán y otro a dicho Sargento. Sin embargo de mis voces de "date prisionero" no fue posible se entregara;...”.
Esta versión coincide con las dos cápsulas disparadas que tenía el revólver de Céspedes, según consta en el acta de entrega de dicha arma por Pelegrín Carulla, ex-capitán del primer Batallón de Voluntarios al Museo de Santiago de Cuba en 1913. Como se ve por el informe oficial español, Céspedes no se privó de la vida, forma romántica de morir que apasionaba a algunos de sus admiradores.
Eso sí, lo que no cabe duda alguna es que ofrendó su vida a la patria. Hay una frase en el expediente oficial español del que se ha copiado un párrafo, que intrigó a Céspedes y Quesada, acucioso investigador de la vida de su padre, como le debe intrigar a todo el que lo lea.
El comandante Sabás Marín, después de dar cuenta al Capitán General de la fructífera operación realizada por las tropas del batallón de San Quintín, que le envió las armas ocupadas “y los papeles del informe - reservadamente - con el Capitán Ayudante Don Francisco Flores. Los historiadores se preguntan que fue lo que se debía informar reservadamente, y no por medio de un parte oficial? ¿Sería la fuente de información que condujo a las tropas hasta San Lorenzo?. Tal ese nuevo documento aclare algún día esta incógnita.
En cuanto al asalto por los españoles del campamento de San Lorenzo hay que tener en cuenta dos cosas:
1° Si conocían los españoles el lugar donde se hallaba escondido el ex-presidente y el práctico no hizo más que conducir la columna.
2º Si los españoles ignoraban el valor de la presa que iban a buscar y para ellos fue una sorpresa que se tratara, nada menos y nada menos, que Carlos Manuel de Céspedes.
En cuanto a la primera alternativa, si los españoles conocían que Céspedes se hallaba en San Lorenzo, Fernando Figueredo opinaba que no. Se basaba su afirmación en el relato de una de las hermanas Beatón, a quien los españoles dejaron en el campamento por hallarse enferma, y que luego relató a Lacret “que al arrastrar el cadáver [de Céspedes] hasta la presencia de Panchita, ésta, dando un grito de desesperación y con la mayor angustia exclamó: ¡Ah ese es el Presidente! ¡Han muerto al Presidente!. Entonces el jefe lamentó su mala fortuna por no haber tenido noticias antes de quien fuera la persona que acababan de asesinar;...”
Pero su hijo mayor pensaba lo contrario. En su extensa carta al director del periódico El Ecuador de Cayo Hueso, decía:
“El enemigo [estaba] informado de la residencia de Céspedes en San Lorenzo y hasta de sus costumbres, pernoctó sin sentirse en dicho lugar, y emboscándose en el monte, que quedaba a la bajada de la Maestra y detrás del rancho, donde Céspedes acostumbraba visitar todos los días y a una misma hora, aguardó allí sentado, (según vimos por el reconocimiento que al otro día practicamos) a que la víctima viniese al punto del cual le era imposible escapar, cortada ya la única retirada segura.”
Y continúa:
"Quien informó al enemigo de la residencia y costumbres de Céspedes en San Lorenzo, será cuestión que aclarará el historiador, quien encontrará a su tiempo los datos y hasta las pruebas que por los interesados en conocer la verdad de los hechos se le van reuniendo.”
En su primera obra su padre, Carlos Manuel de Céspedes y Quesada no dice nada que permita hacer suposiciones sobre alguna delación, y en su última obra titulada "Alrededor de San Lorenzo" afirmó esto:
“no poseemos ni hemos poseído nunca dato alguno por el cual se pruebe, ni sospechamos siquiera que Céspedes fuera traicionado por alguno de sus compañeros de armas. Tampoco tenemos motivos para creer que nuestro hermano el coronel Céspedes y Céspedes llegara a reunir, y conservase en su poder, datos de carácter definitivo sobre tan delicado asunto”.
Por último existe un testimonio oficial del general español Sabás Marín, el cual dice:
“Sabedor que en la falda de Sierra Maestra hacia la costa se encontraban cabecillas de importancia y sospechando estuviese también la Cámara de la titulada República Cubana, dispuse el desembarque del batallón de San Quintín...”
Este documento, que a Céspedes y Quesada le sirve para confirmar su idea de que los españoles conocían la estancia de Céspedes en San Lorenzo, y que identifica la frase «cabecillas de importancia» con la figura de su padre, no demuestra que el gobierno español pensara que andaban tras el depuesto Presidente u otros integrantes de la Cámara.
Maldita Hemeroteca