Montaner y sus controversiales cartas post mortem


La Revista Bohemia se convirtió en la principal voz de la oposición durante la administración del presidente Carlos Prío Socarras y, además, apoyó la insurrección en contra del régimen de Fulgencio Batista en la Sierra Maestra. El 26 de julio de 1958 publicó el Manifiesto de Fidel Castro, un documento cuyo propósito era la unificación de los grupos contrarios y opositores que combatían al régimen.

Estando en Caracas en 1965, y luego de un primer intento por quitarse la vida, Quevedo lo consigue estando en casa de su hermana el 12 de agosto de 1969, dejando una supuesta carta a su familia y otra a uno de sus "supuestos amigos", el fallecido periodista Ernesto Montaner, donde según este confesó sentir una gran culpabilidad por haber manipulado a los lectores de su revista en apoyo a Fidel Castro.

El tema es que familiares del difunto, entre ellos su propia hermana, desmintieron la veracidad de esta misiva basándose en que este periodista, (Ernesto Montaner), no pertenecía a su círculo de sus amigos más allegados como para destinarle una carta de tipo privado. Otros, en cambio, aseguran que el suicidio de Quevedo se debió a malos manejos económicos, y a distintas deudas en Venezuela que lo agobiaban. Aquí el supuesto texto de esta carta.

Sr. Ernesto Montaner 
Miami, Florida 
Caracas, 12 de agosto de 1969

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado — ¡al fin! — sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.

Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad. Culpables fuimos todos. 

Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. 

No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública.

El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder.


Quevedo y su equipo de Bohemia. El 11 de enero de 1959, la tirada del primer número edición especial después del triunfo de la revolución, tuvo un millón de copias vendidas en pocas horas.

Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.

Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía (la cual sacó a Castro de la prisión tras el ataque al Cuartel Moncada). Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.

Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia. 

 Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. 


Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.

Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron. Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas.

Y los periódicos que como Bohemia, les hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones. Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín.

Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran anti quevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que puedan aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. 

Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce cuando dijo: Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano. Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
Miguel Ángel Quevedo.

La realidad es que siempre existieron dudas acerca de la veracidad de esta carta. Llegaron a asegurar que fue una falsedad del periodista Carlos Alberto Montaner, aprovechando que Quevedo ya estaba muerto y no podía acreditar su autoría. Es más, están los que aseguran incluso que entre ellos no existió jamás una relación tan cercana, como para que en sus ultimas horas de vida se acordara de él.

La revista Bohemia, fundada en 1909, la heredó Quevedo en 1927 convirtiéndose no solo en el semanario ilustrado más popular de la isla, también en la américa hispana. Entre sus redactores hubo importantes personalidades de la historia política del patio, como Jorge Mañach, R. García Bárcenas, Eduardo Chibás, Oscar Salas, Gustavo G. Sterling, José M. Peña, Fernando Ortiz, Ramón Grau San Martín, René Méndez Capote, Agustín Tamargo, Gustavo Robreño, Herminio Portell Vilá, entre otros.

En plena dictadura de Fulgencio Batista, Bohemia fue de los medios que apoyó la revolución castrista. Por ejemplo entre sus publicaciones más famosas estuvieron la del 26 de julio de 1958, cuando publicó el ya citado “Manifiesto de la Sierra”, mientras que el 11 de enero de 1959 sacó una sensacional edición de carácter especial, que tuvo una tirada de un millón de ejemplares que se agotó en pocas horas.

Sin embargo, poco tiempo pasó para que Quevedo se desencantara de su amado verde oliva, sobre todo cuando todos los medios de comunicación privados, entre ellos su revista, fueran clausurados y expropiados por su ídolo. Quevedo se vio obligado a marchar al exilio en 1960, aunque antes se asiló en la embajada de Venezuela en La Habana. Fue allí, en su apartamento de Caracas, donde se quitó la vida. 

En cuanto a Montaner, murió como lo que siempre fue, un luchador frontal contra la dictadura lo cual no quiere decir que la famosa carta fuera cierta. Quizás, no lo sabemos, aprovechó el tirón de un hombre como Quevedo que, aun después de muerto, su "Legado Carta" sería un mensaje mucho más demoledor contra de la dictadura.

Más allá de la carta, cuya autenticidad sería ya lo de menos, la revista Bohemia nos dejó hechos muy curiosos para los que no vivimos esos días, sobre todo ese año convulso de 1958 que fue el peor de la dictadura Batistiana, mientras que la revista tuvo grandes tiradas sabiendo Batista incluso que varios de sus  editoriales eran diametralmente en su contra. En esa edición Quevedo había publicado una carta del propio Fidel Castro, solicitándole a otros medios de comunicación más cobertura a su proceso en la Sierra Maestra. 

Quevedo con gafas 

Aun así y que se sepamos, ningún periodista en esa ultima etapa republicana estuvo encarcelado por expresar su opinión e ideas políticas. De hecho las cartas que enviaba Castro desde el presidio a través de su amigo Luis Conte Agüero, fueron publicadas en la edición del 27 de marzo de 1955 con el título de "Carta sobre la amnistía". Estando amnistiado en marzo de 1955, Castro le concedió una entrevista a Guido García Inclán en la COCO y nadie se molestó por eso. En un artículo de Bohemia de ese mismo mes de mayo llamó mentiroso al coronel del ejercito Alberto Río Chaviano, artículo que tituló: "Mientes Chaviano". 

Es cierto que a partir del golpe del 10 de marzo de 1952 varios medios de prensa sufrieron censura, pero no fue una censura total ni mucho menos. Por ejemplo a raíz de los acontecimientos en los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, y Guillermón Moncada en Santiago de Cuba, se decretó la censura a tres periódicos y una revista: "Prensa Libre", "El Mundo", "Pueblo" y "Bohemia", y aunque amordazados y limitados a determinados temas, esos medios siguieron publicándose.

En el caso de "Pueblo", su director Luis Ortega llegó al punto de que tuvo que exiliarse, mientras que "Hoy", de los más radicales por ser la voz del partido socialista popular, ya no pudo publicar más hasta el fin de la dictadura. Sin embargo el más malo malísimo y más reaccionario de los periódicos anti comunistas de Cuba, el "Diario de la Marina", fue de los pocos, si no el único, que alzó su voz en contra de esa censura. 

Tanto fue así, que importantes organismos como la Sociedad Interamericana de Prensa en Washington, la Asociación Interamericana de Radiodifusión así como el colegio de periodistas o el bloque de prensa liderado por Cristóbal Díaz, propietario de El País, les trasladaron a Batista su inconformidad con el ataque que había hecho su gobierno a la libertad de expresión. 

Batista cedió y, el 24 de octubre de 1953, justamente cuando se conmemoraba el día del periodista, informó que su consejo de ministros había acordado restablecer las garantías constitucionales y derogar la censura. No fue hasta el 29 de abril de 1956, que se produce el ataque al cuarte Goicuría en Matanzas, que el gobierno aplicó otros 45 días de "censura previa", que era como la llamaban. 

Por ejemplo en la revista Bohemia solo se censuró la sección "En Cuba", mientras que en las emisoras de televisión y radio se prohibieron programas de corte políticos, no así "La Calle", con el que fueron implacables al ser un periódico de marcada inclinación al movimiento 26 de julio. Así y todo, hipócrita o no, Batista solía pedir disculpas a la prensa por estas censuras. Al menos se tomaba el trabajo.

---El ocho de junio de 1955 es el propio Fidel Castro quien reconoce "el periódico La Calle, junto a la revista Bohemia, han sido un factor decisivo en el triunfo de la verdad y en la aplastante victoria que hemos logrado sobre la hipocresía y el crimen".---

Solo en los momentos verdaderamente complicados ante nuevas acciones militares en su contra, el dictador retomaba la censura como lo hizo en abril de 1956 y en enero de 1957, la primera por espacio de 35 días, mientras que la segunda se extendió hasta los 43. 

Sin embargo el 28 de julio de 1957 Bohemia publica "el Manifiesto de la Sierra Maestra" firmado por Raúl Chibás y Felipe Pasos y que sepamos " no corrió la sangre de ningún periodista". Cercano al 1958 la censura se reforzó de nuevo, y a decir del periodista cubano José Suarez Núñez, que en 1955 dirigía la revista "Gente" propiedad de Batista, era el propio dictador quien redactaba - a su antojo - los partes de guerra. 

Con el triunfo de 1959 Bohemia se volcó por completo con Fidel Castro, llegando Quevedo al punto de mentir con aquel falaz artículo de los "20 mil muertos" y que fuera publicado a principios del 1959 en sus “Ediciones de la Libertad”, un bulo que años después quedó demostrado que si se sumaban los fallecidos de ambos bandos, no llegaban siquiera a la quinta parte. No ha sido casual que la dictadura castrista jamás haya podido publicar los nombres de esos supuestos 20 mil muertos, por la sencilla razón de que nunca existieron. 


En uno de sus tantos hipócritas discursos, "el embustero en jefe" llegó a decir: “Donde hay crimen no hay libertad de prensa, donde hay crimen se oculta lo que se hace”. Incluso sobre la visita en la Sierra que le hiciera el periodista de Bohemia Agustín Alles Soberón, editor de la sección "En Cuba" y primer reportero cubano que pudo entrar en ese territorio, Castro le dijo: 

“Acogiéndose a la absoluta libertad de prensa que existe en el territorio libre de la Sierra Maestra, Eduardo "Guayo" Hernández y Agustín Allés Soberón, de Noticuba y Bohemia son los primeros periodistas cubanos que atravesaron las líneas enemigas y penetraron en la zona rebelde. Ellos son testigos de lo que aquí se ha hecho con el tesón y el sacrificio de humildes luchadores…”

¿Libertad de prensa?, ¿Dónde hay crimen no hay libertad?. ¿Qué Guayo y Soberón se acogieron a la libertad de prensa?, sería cuando le convenía a él, pues tan rapidito como tomó el poder, digamos abril del 1959, ya estaba condenando a veinte años de prisión al comentarista de radio Otto Meruelo por el "simple delito de expresar lo que pensaba".

El 14 de mayo de 1960, 72 horas después de haber clausurado el "Diario de la Marina", obligó al periódico "Prensa Libre" - el ultimo de la cola - a cerrar sus puertas. Desde entonces, nunca más hubo en Cuba su tan pregonada libertad de prensa, ni la sigue habiendo después de su muerte. 

No solo fue la de Quevedo, hubo otra publicada también por el señor Montaner y supuestamente redactara por la condesa de Revilla Camargo, doña María Luisa Gómez-Mena y Villa que, coincidentemente al estar ya muerta la señora, le fue imposible desmentirla o, corroborarla. Quien sabe. 

Maldita Hemeroteca. 
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