La Bella Otero: La mujer que Martí no quiso revelar jamás


La niña Agustina Carolina del Carmen Otero e Iglesias nació el 19 de diciembre de 1868 en Valga, Pontevedra, provincia de Galicia, y con los años se convirtió en la famosa bailarina que inspiró al líder de la independencia cubana José Martí y Pérez. Por tanto sí que existió, y no como aseguran otros que fue el fruto de su imaginación, cuando escribió aquel bello poema hace más de 130 años. 

El problema es que Martí jamás dio datos de su bailarina, ni siquiera su nombre, de hecho la tituló X, pero no nos extrañaría para nada que la hubiera conocido personalmente, entre otras cosas porque la bella Otero, además de bailarina, fue una solicitada cortesana. Dicen que fue en el teatro Eden Musée, de la calle 23 de Nueva York, donde Martí la vio por primera vez. 

La confusión devino también por un artículo publicado en 1908 en el periódico "El Triunfo de La Habana", donde aseguraban que la musa Martiana era una tal "Carmencita". Sin embargo en 1945 la escritora neoyorquina y amiga de Martí, Blanche Zacharie de Baralt, en su obra “El Martí que yo conocí”, afirmó que aquella bailarina que tanto impresionó al maestro, era en realidad la Bella Otero que conoció durante la gira que hiciera en 1890 por los Estados Unidos. 

Así lo asegura en su libro la escritora:

 “Muy apreciador del arte y de la hermosura tenía él un vivo deseo de ver bailar a la Otero; pero por desgracia, en el teatro donde actuaba, el Eden Musée, en la calle 23 habían puesto sobre la puerta una gran bandera roja y gualda, y Martí no podía entrar en un edificio cobijado por el estandarte de España (…) Un día, no se sabe por qué motivo, los empresarios arriaron la bandera. El camino estaba, pues, libre y fuimos Martí, mi marido, mi cuñada Adelaida Baralt y yo a verla bailar”.

Por cierto un dato: Blanche Baralt, cubano - americana, fue la primera mujer graduada en la universidad de la Habana con el título de Filosofía y Letras. Su esposo era Cubano, el señor Luis Alejandro Baralt y Peoli (1849-1933). Tuvieron tres hijos: Blanca, Adela y Luis Alejandro; este último presidió la Sociedad Filarmónica de La Habana. Y aunque murió en Ottawa, Canadá, el once de noviembre del 1947, sus restos fueron trasladados a la Habana donde recibieron final sepultura.

UNA HISTORIA DE FABULAS

Su historia fue construida a base de fábulas. Aunque fue una niña de madre soltera que en su infancia no conoció otra cosa que no fuera la miseria y el abandono, en sus memorias, "Les souvenirs el la vie intime de la Belle Otero", redactadas por Claude Valmont en 1920, disfrazó a su madre como una exitosa bailarina gitana y a su padre de militar aristócrata griego, cuando en realidad ni ella, ni ninguno de sus cuatro hermanos fue reconocido por ningún progenitor.

En diversas entrevistas ella aseguró que habían debutado en Barcelona, con el nombre de "Agustina", pero que más tarde adoptó el de "Carolina Otero" que le parecía mucho más artístico. También dijeron que su falta de maestría en el baile la suplía a base de picardía y puro sensualismo, aun así llegó a protagonizar obras de teatro y hasta óperas, aunque su éxito se debía básicamente a su figura que, como se ve en las fotos, era muy bella. El célebre actor francés Maurice Chevalier decía que en ella todo se reducía a sexo, sólo a sexo. 

Agustina Otero Iglesias
nació en 1868 en Pontevedra

Sin embargo la vida de esta mujer no fue nada fácil. A los 10 años fue violada por un zapatero llamado Venancio Romero, apodado "Conainas", de Santa María de Iria, en el pueblo vecino de Requeijo, que se dio a la fuga y la abandonó desangrándose, con la pelvis rota, y a la vera de un camino en las afueras de la aldea. Según el parte médico emitido del 6 de agosto de 1879 la violación fue tan brutal, que tuvo que ser trasladada de forma urgente al hospital Real de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela. Como consecuencia de esta agresión quedó estéril, además de estigmatizada para siempre. 

UNA VIDA DURA A PESAR DE TODO
 
Como consecuencia de aquel brutal ataque se quedó privada del placer físico y emocional, de ahí que no le costara ningún sacrificio dejarse querer por dinero. Cansada del desprecio y el rechazo de sus vecinos, a los 12 años cogió el petate y no le volvieron a ver nunca más el pelo. Unos dijeron que se marchó acompañada de un tal Paco, presunto novio que luego la abandonó en Portugal, en cambio otros que se unió a una compañía ambulante de ese país. Una tercera versión apunta a que se escapó de un convento de monjas oblatas, y que fue así como conoció el mundo del espectáculo. 

En 1889 la descubrió al banquero estadounidense Ernest Jurgens, que rápidamente se convirtió en su mecenas por amor. Tanto talento físico no podía ser desaprovechado en tascas de poca monta, de manera que juntos  inventaron un pasado que la acreditaba como una gaditana que, a los 12 años, se había casado con un aristócrata italiano, al que había rechazado por su amor al arte. Tras unos meses de ensayos en París, debutó en Nueva York en septiembre de 1890. 

El diario "Evening Sun" publicó la noticia: "Es una condesa, pero algunas personas dicen que esta asombrosa joven española se llama a sí misma simplemente Otero y dejó su título a un lado". Lo que demuestra que nadie se cuestionó la versión de la pareja. Después del éxito cosechado en América, la ya apodada por su público –o por ella misma– como "Bella Otero" recorrió con su espectáculo de cantes y bailes sensuales las principales capitales de Europa. 

SUS DOS AMORES

La bella Otero

Desde muy joven la Otero fue una mujer preocupada por su cuerpo, sabía que su cintura de avispa, sus redondeadas caderas junto con un incuestionable talento, serían la llave que le abriría las puertas de los más grandes teatros y conquistar a los hombres más ricos. Solía decir: "Admiré mi cuerpo antes de que lo admiraran otros". 

Con ese propósito se puso en manos del fisicoculturista alemán "Eugen Sandow", de nombre Ludwig Durlacher, quien regentaba por aquellos años un gimnasio en New York y que al conocerlo se enamoró perdidamente. En 1901, estando hospedada en un hotel en Londres, le escribe a Sandow una carta de su puño y letra donde le confiesa su amor y, además, le cuenta que solo dos hombres le habían conquistado el corazón en su vida, un chico de su aldea de nombre Ramón Touceda, y el segundo era él. 

Pero lo que no sabía la Otero es que el forzudo tenía una segunda vida oculta, y entonces es que este decide hacer acuse de recibo explicándole las razones por las que nunca se fijó en ella. Incluso le confesó el nombre de su pareja, era el compositor y concertista de piano Martinus Sieveking, y que su matrimonio de treinta años con Blanche Brooks, con la que había tenido dos hijas, había sido una tapadera para ocultar su homosexualidad. 

Cuando la carta llegó al hotel ya Otero se había marchado, con lo cual fue remitida a la casa de Ludwing y, al abrirla su esposa, se enteró de todo. Otras historias, un tanto fantasiosas, dan fe que varios de sus pretendientes la cubrieron de joyas de la cabeza a los pies, le donaron sus fortunas e incluso hubo uno le regaló una isla. 

La fama internacional de Otero como bailarina exótica y actriz empezaba a despegar al otro lado del charco y su talento intuitivo la mantuvo durante años de gira por todo el mundo, por países como Argentina, Cuba o incluso Rusia. Entre sus amantes, se dijo, hubo seis monarcas: el príncipe Alberto I de Mónaco, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España, el zar Nicolás II de Rusia, el Káiser alemán Guillermo II y Eduardo VII de Inglaterra, cuando aún era príncipe de Gales. Se cree que Agustina fue la causa de otras seis muertes voluntarias y por este motivo se le apodó como ‘La sirena de los suicidios’.  

En 1914 iniciado ya el profundo drama de la Primera Guerra Mundial, después de una azarosa trayectoria amatoria y tras sufrir un aparatoso accidente de automóvil, La Bella Otero decide retirarse de los escenarios y mudarse primero a Montecarlo y luego en 1924 a Niza, viviendo de las rentas que le generaba su inmensa fortuna, pues Carolina Otero era entonces multimillonaria, pero el juego que era su gran "pasión" la arruinó, y en los últimos años de su vida sus únicos ingresos procedían de los derechos adquiridos de la versión cinematográfica de su vida, que le aseguraban un cierto bienestar.

No así la falsa pensión que se dijo le pasaba el Gobierno Francés por su condición de miembro de la Legión de Honor que nunca fue, ni de la pequeña pensión que le otorga el Ayuntamiento de Niza ni su Casino de Niza o el de Cannes. En cambio si fue cierto que el Casino de Montecarlo, en agradecimiento por los millones de francos que se dejara la mítica bailarina española día si y otro también por su enfermiza ludopatía, le asignó una pequeña ayuda para para sufragar los gastos de su modesta vivienda.

En 1954 la famosa actriz mexicana María Félix protagonizó la película “La Bella Otero” y hasta conoció a la diva. En internet hay fotos de ellas dos juntas. La bella Otero vivió muchos años. Murió el 12 de abril de 1965 en una modesta pensión de Niza a los 96 años de edad, luego de que despilfarrar casi toda su fortuna en los casinos de Mónaco. Murió rodeada de recortes de periódico que le recordaban un pasado que tal vez no fue tan feliz. Eso sí, ha sido considerada una de las mayores bellezas de la Belle Époque, y la primera artista española celebrada internacionalmente.

LA BAILARINA ESPAÑOLA

--Se ve, de paso, la ceja, Ceja de mora traidora: Y la mirada, de mora: Y como nieve la oreja.
--Preludian, bajan la luz, Y sale en bata y mantón, La virgen de la Asunción Bailando un baile andaluz.
--Alza, retando, la frente; Crúzase al hombro la manta: En arco el brazo levanta: Mueve despacio el pie ardiente.
--Repica con los tacones El tablado zalamera, Como si la tabla fuera Tablado de corazones.
--Y va el convite creciendo En las llamas de los ojos, Y el manto de flecos rojos Se va en el aire meciendo.
--Súbito, de un salto arranca: Húrtase, se quiebra, gira: Abre en dos la cachemira, Ofrece la bata blanca.
--El cuerpo cede y ondea; La boca abierta provoca; Es una rosa la boca: Lentamente taconea.
--Recoge, de un débil giro, El manto de flecos rojos: Se va, cerrando los ojos, Se va, como en un suspiro...
--Baila muy bien la española, Es blanco y rojo el mantón: ¡Vuelve, fosca, a su rincón El alma trémula y sola!.

Condensado del sitio digital RevistaVanityFair.es y el Correogallego.es
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